De repente se encontraba libre. Su jaula de cristal se había roto por alguna extraña razón. Finalmente podía contemplar en todo su esplendor ese mundo de posibilidades que sólo podía imaginarse a través del agujero que yacía en el techo de su prisión.
El terreno era blanco y extenso, pero su emoción no podía ser comparada con ello. Sabía que podía ir a cualquier lugar en cualquier momento. Comenzó a dar un paso, luego otro... pero inesperadamente se detuvo en seco y una sensación de miedo la invadió. Se dio cuenta que cada paso que daba significada dejar atrás una parte de sí misma para siempre.
Se quedó quieta por unos minutos. ¿Qué hacer? El sueño de su vida se desmoronaba lentamente. Pero luego lo pensó. Recordó su prisión y su deseo infinito de contarle al mundo una historia sin importar lo que eso implicara. Así que, empezó a andar. Dio un paso, luego otro y poco a poco empezó a correr y a moverse como si aquello lo hubiese practicado durante años.
Era magistral aquella danza. Una serie de movimientos elegantes y sutiles que hubiesen cautivado a cualquier espectador. Daba vueltas, regresaba, iba en línea recta, y cada vez que repetía su baile, dejaba un rastro que se inmortalizaba al instante.
Logró recorrer todo ese espacio abierto. Hizo de él lo que ella quiso y en cada lugar dejó algo que plasmara su alegría y su destino. Estaba feliz, había alcanzado su sueño, y con su último suspiro, colocó el punto final de este escrito.
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